viernes, agosto 23, 2013
En el alambre
La golondrina blanca
/ Autor: Jordan Jovkov /
Desde el primer rato que empezó a llamar a los perros para protegerle al
desconocido, Pedro el Mokanina se dio cuenta de que ese campesino desconocido no
se había acercado sin razón seria, algo le delataba que sufría y estaba
hasta la coronilla en algún problema muy grave. Es
por eso que el pastor Pedro el
Mokanina se enojó con los perros, y los amenazó gritándoles; luego de
nuevo
miró hacia el campesino vestido de chaleco rojo y por su ropa reconoció
que era de la
familia de los Torlatsi, desde la región de Deliorman. El caminante era
un hombre alto y
corpulento, pero pobre y necesitado desde la misma cuna.
Lo mostraban su camisa zurcida al por mayor su parte, y el cosido tan
torpe e inseguro; su
cinturón estaba raído, sus pantalones - también. Iba descalzo. A primera
vista parecia un hombre robusto, fuerte como una montaña, pero Mokanina
le apreció
rápidamente y decidió que era una de aquellas personas bonachonas de
las que se dice que "hasta a la hormiga le ceden el camino".
El campesino desconocido le saludó, murmurando algo así, ¿cómo estás, estás bien?, pero era obvio de que él estaba pensando en otra cosa, lo delataban sus ojos tristes.
Mirando al horizonte que se desplegaba hacia delante, el campesino señaló levantando la mano, y le preguntó a Pedro el Mokanina si este es el rumbo correcto a la aldea de Mandzhilari y cuánto tiempo tardarán en llegar hasta allí. Mokanina le contestó afirmativamente y se lo explicó, pero el pastor apenas en este momento se dio cuenta de que en el camino polvoroso estaba un carro tirado por un rocín. De ésos el campesino se había alejado para venir acercándose a Pedro. Dentro del carro había una mujer inclinada, con las manos metidas en el escote de su pecho, quien estaba melancólica y muy agachada hacia delante, su pañuelo estaba desenvuelto, y con los bordes laterales extendidos para poder sentir la leve brisa. Hacía mucho calor - el sol quemaba, pero Mokanina sabía que las mujeres cuando dejan así sus pañuelos, no era por el calor sino por otra razon. En la parte posterior del carro, descansando sobre los cojines negros, estaba acostada y envuelta con una manta negra otra mujer menor de edad, tal vez una niña. Ella seguía acostada apartando su mirada hacia el otro lado, y su rostro no era visible.
- Parece que tienes a alguien de tu familia enfermo - dijo Mokanina.
- Sí, tengo. Mi hijita se enfermó.
El campesino miró a las ovejas que descansaban en el césped, mantuvo su mirada en ellas, pero de hecho no los notaba, sus ojos estaban rellenos de preocupación, ya
que su deambular lo delataba.
- Nuestro destino es lo que es - dijo el caminante angustiado – mejor no te molestemos más!
- No eres lugareño, ¿de dónde eres? - preguntó Mokanina.
- Soy de Kichuk Ahmed. Ahora lo llaman “Esperanza”, está cerca del Apu de la Gran Roca. Yo varias veces me he acercado por aquí. Camino a través del campo para vender arcilla – es buena la arcilla de las tierras de nuestro pueblo. Es re-buena por eso me la compran las mujeres. Cada vez que voy a la costa del mar, compro de allí a veces peces, otras veces uvas, según lo que encuentre. Gracias a Dios logramos para sacar el pan. Sólo que no se nos hubiera pasado este mal...
Se sentó en el suelo , sacó una petaca de cuero llena de tabaco y comenzó a
hacer un cigarrillo. Mokanina se sentó a su lado y percibio cómo sus gruesos dedos
callosos temblaban mientras rodaba el cigarrillo .
- Se nos mueren los hijos - empezó a relatar. - Fallecieron dos o tres de muy
pequeños. Sólo a ella tenemos ... (él miró hacia el carrito). La cuidábamos
como a la pupila de los ojos. De mi boca he quitado la rebanada para comprarle
algo, para coserle un vestido, para que no esté triste viendo a los demás. Alabado
sea el Señor, hemos podido mantenerla sana y salva hasta
hace poco... De repente empezó a marchitarse como una flor. No está enferma pero
empeora cada día. Escuché una vez que dijo
a su madre - que estaba triste de que sus amigas ya se habían casado, mientras ella
se quedó soltera.
¿Por qué te
preocupas, hijita? - le dije yo, - tu suerte también vendrá. No te fijes en las
demás - son chicas ricas. Los jóvenes de hoy sólo buscan a las niñas ricas. Tú también
te casarás, ocúpate de tus asuntos, no te aflijas, todavía eres muy joven...
- ¿Qué edad tiene?
- Alrededor de los veinte. Pronto, en el día de la Asunción de la Virgen recién va a cumplir
los veinte años.
- Bueno, está joven.
- Sí, claro, claro, está muy joven .
El campesino se calló, y otra vez más enfocó la mirada hacia las ovejas sin
verlas. En algún lugar del campo, apesar del calor, las cigarras chillaban.
- Este verano, ella me ha pedido que le permita que vaya a trabajar en la
cosecha del trigal. Somos pobres, pero mirándola tan delgadita y frágil, no tenía ganas de
permitirle que fuera. “Por favor, papito, déjame cosechar el trigo, yo quiero ir con las chicas, por favor!” No
pude negarle a esta mirada de corza, se lo permití. Ahora no sé lo que le habría
pasado en el trigal, yo no estaba allí, no lo sé... Entre el trigo trabajaban,
entre el trigo dormían, allí en el campo. Lo sé solamente lo que ella me habia relatado. Una
vez, después de haber cosechado durante
todo el día, comieron la cena, y luego las chicas cantaban y reían. Luego se
acostaron a dormir. Nonka - así se llama mi niña - ella se acostó también. “Me
acosté, papito, entre las gavillas, en un montón de heno, donde no hacía viento. Y me
quedé dormida. De repente, sentí algo pesado y muy frío aquí en el pecho. Abrí
los ojos – una serpiente!
- Huy!
- Una serpiente enroscada se había acomodado en su seno. Mi hijita se
lanzo a gritar, y apesar de todo su miedo, cogió a la serpiente y la
quitó!
- Ella la quitó! Durante la cosecha suceden cosas semejantes.. He oído hablar
que una serpiente hasta ha entrado en la boca de una mujer.. Pero no la ha
mordido, ¿verdad?
- No, no, para nada! Dijo estaba sobre su pecho, la cogió a la serpiente y la quitó! Así me lo dijo. Si
era un sueño o sucedió de verdad: No lo
sé. Pero desde entonces, la chica no está bien. ¡Mira!, se seca como una
ramita. Tiene el dolor fuerte en el pecho. “Allí” dice, “donde estuvo la
serpiente - allí me duele.”
- ¡Qué mala suerte! – no paraba de asombrarse Mokanina. - Bueno, ¿a dónde la estás
llevando ahora? ¿Al médico?
- ¡Cómo no! Hemos cambiado un sin fin de médicos ya. Ahora la estoy llevando a
... bueno ... cómo decirte ?... Yo no creo, pero las mujeres sí, ellas creen,
además está enferma la hijita, sólo a ella tenemos...
Su voz tembló, y se calló. Se quedó mirando en el vacío, y de repente empezó a
arrastrar el bigote innecesariamente, también la barba que llevaba varios días sin
afeitar, dura, gris con mechones enteros de cabellos blancos. No era necesario
que le digan a Mokanina que cada uno de los cabellos blancos era un signo de preocupación y sufrimiento.
- Anoche – continuó relatando el campesino - Vinieron unos conocidos de su trabajo en un andamio.
Dijeron lo que dijeron - no sé, son gente rica y pueden haber bromeado. Pero
vino corriendo Stoenitsa, nuestra padrina; ella no tiene pelos en la lengua.
“Guncho” me dijo gritando desde la puerta: “ Tienes suerte, buena suerte le ha
tocado a Nonka. Enhorabuena!” ¿Qué ha ocurrido? – la pregunté.
-Vinieron de los andamios Nicolás y Pencho, de los Siderov, ellos dicen que en la aldea de Mandzhilari apareció ... ha aparecido una golondrina blanca! ¡Toda blanca como la nieve! ¿Sabes qué significa esto? A los cien años aparece sólo una vez, pero el que haya conseguido verla, de cualquier enfermedad que esté enfermo se sana enseguida! Guncho, no te demores, ¡vayan con Nonka!
¿Papito, por favor, se puede? - exclamó la muchacha, su mamá también insistió y aquí estamos..
- ¿Pero es cierto?- quedó estupefacto Mokanina. - ¿Dónde estaba esta
golondrina?
- Te lo dije, apareció aquí, en Mandzhilari.
- ¿Blanca?
- ¡Todita blanca!
Todo asombrado el pastor Mokanina miró a su alrededor y fijó la mirada a la
carretera, todos los días él venía con su rebaño bajando de las praderas de la
montaña, pero ahora apenas se dio cuenta cuántas golondrinas estaban
encaramadas en el alambre de telégrafo...
Y no
era de extrañar dado que se
acercaba la fiesta sagrada de la Transfiguración de Dios Jesucristo... y después
de esta fiesta las golondrinas y las cigüeñas se reúnen para emprender su vuelo
hacia los países de clima más caliente. Había muchas golondrinas, era imposible
contarlas; estaban densamente
encaramadas una al lado de la otra en el alambre y colgaban pesadas como un
rosario. Muchisimas.., pero todas, absolutamente todas eran de color negro.
- Pues es por eso que hemos venido - dijo con más audacia y con algo de alivio el
caminante - Dije a mi mismo, le voy a preguntar a este pastor... ¿puedes haberla visto, o haber escuchado
algo acerca de ella?...
- Pues es por eso que hemos venido - dijo con más audacia y con algo de alivio el caminante - Dije a mi mismo, le voy a preguntar a este pastor... ¿puedes haberla visto, o haber escuchado algo acerca de ella?...
- No, hermano,
nada. De golondrina blanca ni he oído, ni la he visto.
Pero Mokanina supuso que su respuesta pudiera desesperar completamente a esta
gente tan pobre y acongojada, y dijo:
- Pero es muy probable que exista. Búfalo blanco he visto, ratón blanco también,
hasta una vez vi a un cuervo blanco. También puede haber golondrina blanca. Y
debe de ser así, pues hay rumor acerca de ella en el pueblo...
- ¿Quién sabe? - el pobre campesion suspiró. - ... Yo no creo, pero las mujeres
sí, ellas creen, además está enferma la hijita, sólo a ella tenemos...
El campesino se puso de pie, tenían que irse. Conmovido por la tristeza del
padre Mokanina también se levantó para escoltarlo y a ver a la chica. Al llegar
a la carretera, la madre – una mujer palida, amarillada, con el alma destrozada por la pena –
levantó la mirada observando a su marido desde lejos, como si quisiera por su
cara saber lo que había aprendido. La chica todavía estaba de espaldas, mirando
las golondrinas en el alambre.
- El hombre dijo que la aldea esta muy cerca - dijo el padre.
Al oír su voz, la chica volvió la cara. Era menudita bajo las sábanas apenas
podía notarse su cuerpecito, carcomido por la enfermedad, la cara como si de cera,
pero sus ojos todavía seguían siendo brillantes, jóvenes y sonrientes. Ella
miraba ora a su padre, ora a Mokanina.
- Nonka, este señor había visto a la golondrina blanca - dijo el campesino y
miró hacia Mokanina. – En aquella aldea estuvo ! Esperemos que la veamos
nosotros también!
- ¿La veremos, tío? - dijo la chica y sus ojos brillantes se iluminaron de la esperanza.
Algo se rompió dentro del pecho de Mokanina, se le consumía el corazón, sus ojos
querían delatarle y llorar.
- Ya la verás, hija mía, la verán... – dijo y repitió - Yo la vi, la verán
ustedes también. Yo con mis propios ojos la vi a la golindrina así blanca,
blanquita. La verás tú también. Que Dios te conceda que la veas, hija, que te
mejores ... Eres muy jovencita. La verás, yo te lo aseguro que la verás... y te
sanarás, hijita, no tengas miedo ...
La madre cerró los ojos y se puso a llorar. El alto y corpulento campesino tosió, tomó las riendas del
caballo rocin y se lo llevó.
- Que Dios os acompañe! - gritó tras ellos Mokanina. - Cerca está el pueblo, el
pueblo está cerca. Sigan por el alambre !
El pastor se quedó al borde del camino, mirando largo rato tras el carro..
Miraba a la madre con su pañuelo negro como si de luto, a la niña acostada a su
lado, al campesinos alto que caminaba encorvado y llevaba las riendas del caballo
pequeño y flaco, y por encima de ellos, entre cada dos palos del poste de
telégrafo las golondrinas que se echaban a volar cuando el carro se les
acercaba, y luego volvían a sentarse en
el alambre.
Mokanina pensativo regresó a sus ovejas, y comenzó de nuevo a reparar
sus zapatos rotos hechos de cuero de vaca crudo. “Golondrina Blanca” –
no paraba de
pensar él. - ¿Estás ahí? Pero algo estaba derrumbándose dentro de su
pecho, y le
impedía respirar. El pastor dejó caer la lezna y levantando los ojos al
cielo, exclamó:
- ¡Dios mío! ¡Cuánto dolor hay en el mundo, Dios!
Y de nuevo miró por detrás del carro...
Pero Mokanina supuso que su respuesta pudiera desesperar completamente a esta gente tan pobre y acongojada, y dijo:
- Pero es muy probable que exista. Búfalo blanco he visto, ratón blanco también, hasta una vez vi a un cuervo blanco. También puede haber golondrina blanca. Y debe de ser así, pues hay rumor acerca de ella en el pueblo...
- ¿Quién sabe? - el pobre campesion suspiró. - ... Yo no creo, pero las mujeres sí, ellas creen, además está enferma la hijita, sólo a ella tenemos...
El campesino se puso de pie, tenían que irse. Conmovido por la tristeza del padre Mokanina también se levantó para escoltarlo y a ver a la chica. Al llegar a la carretera, la madre – una mujer palida, amarillada, con el alma destrozada por la pena – levantó la mirada observando a su marido desde lejos, como si quisiera por su cara saber lo que había aprendido. La chica todavía estaba de espaldas, mirando las golondrinas en el alambre.
- El hombre dijo que la aldea esta muy cerca - dijo el padre.
Al oír su voz, la chica volvió la cara. Era menudita bajo las sábanas apenas podía notarse su cuerpecito, carcomido por la enfermedad, la cara como si de cera, pero sus ojos todavía seguían siendo brillantes, jóvenes y sonrientes. Ella miraba ora a su padre, ora a Mokanina.
- Nonka, este señor había visto a la golondrina blanca - dijo el campesino y miró hacia Mokanina. – En aquella aldea estuvo ! Esperemos que la veamos nosotros también!
- ¿La veremos, tío? - dijo la chica y sus ojos brillantes se iluminaron de la esperanza. Algo se rompió dentro del pecho de Mokanina, se le consumía el corazón, sus ojos querían delatarle y llorar.
- Ya la verás, hija mía, la verán... – dijo y repitió - Yo la vi, la verán ustedes también. Yo con mis propios ojos la vi a la golindrina así blanca, blanquita. La verás tú también. Que Dios te conceda que la veas, hija, que te mejores ... Eres muy jovencita. La verás, yo te lo aseguro que la verás... y te sanarás, hijita, no tengas miedo ...
La madre cerró los ojos y se puso a llorar. El alto y corpulento campesino tosió, tomó las riendas del caballo rocin y se lo llevó.
- Que Dios os acompañe! - gritó tras ellos Mokanina. - Cerca está el pueblo, el pueblo está cerca. Sigan por el alambre !
El pastor se quedó al borde del camino, mirando largo rato tras el carro.. Miraba a la madre con su pañuelo negro como si de luto, a la niña acostada a su lado, al campesinos alto que caminaba encorvado y llevaba las riendas del caballo pequeño y flaco, y por encima de ellos, entre cada dos palos del poste de telégrafo las golondrinas que se echaban a volar cuando el carro se les acercaba, y luego volvían a sentarse en el alambre.
Mokanina pensativo regresó a sus ovejas, y comenzó de nuevo a reparar sus zapatos rotos hechos de cuero de vaca crudo. “Golondrina Blanca” – no paraba de pensar él. - ¿Estás ahí? Pero algo estaba derrumbándose dentro de su pecho, y le impedía respirar. El pastor dejó caer la lezna y levantando los ojos al cielo, exclamó:
- ¡Dios mío! ¡Cuánto dolor hay en el mundo, Dios!
Y de nuevo miró por detrás del carro...